La Historia de esos días

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24 de diciembre de 2011

La clase política mexicana, a clases de literatura. Alma Leticia León


  • La clase política mexicana, a clases de literatura

    Alma Leticia León

    Milenio Puebla
    2007-01-10

    Opinión

    •Cultura
A la memoria de Rafael Ramírez Heredia
Que el diccionario detenga las balas, dice Joaquín Sabina. Yo les rogaría a nuestros gobernantes que leyeran libros.
Si fueran lectores, tendríamos otro país. Un presidente lector no haría el ridículo de pronunciar mal el nombre de un escritor, de habla hispana por cierto. O un dirigente del partido en el poder no menospreciaría a una escritora como Elena Poniatowska, diciéndole “viejita”; o una primera dama con ínfulas de feminista culta no cometería el desatino de cambiar de género a Rabindranath Tagore, uno de los escritores más conocidos de la India, llamándolo Rabina Drat Tagore.
Si leyeran con cuidado la forma en que Fernando Savater aborda temas como poder y legitimidad; obediencia y rebelión; racionalidad, consenso y democracia; autoritarismo, totalitarismo y racismo; individualismo y Estado; nacionalismo, tolerancia y derechos humanos, la situación nacional sería mejor. Y ellos, mejores personas.
Si conocieran tesis como “quien desee la vida buena para sí mismo, de acuerdo al proyecto ético, tiene también que desear que la comunidad política de los hombres se base en la libertad, la justicia y la asistencia”. No existirían gobernadores aferrados al poder a pesar de haber sido expuestos públicamente en conversaciones que los evidencian como lacayos de los dueños del dinero, o los que son sostenidos por un gobierno federal que dice no estar para quitar gobernadores, pero que no duda en sostenerlos usando la fuerza pública. Pero si nosotros, el grueso de la población, manejáramos conceptos como “No somos libres de elegir lo que nos pasa... sino libres para responder a lo que nos pasa”, no permitiríamos que La Suprema Corte nos saliera con que no sanciona al presidente Vicente Fox Quesada ni invalida la elección federal, aunque reconoce que éste usó su poder haciendo campaña permanente a favor de su candidato.
Si alguna vez viéramos a un gobernante actuando en función de “que lo importante es saber si un Estado respeta los derechos humanos y la ciudadanía política de todos los que en él viven. O si es capaz de renunciar a parte de su soberanía para colaborar con otros países al afrontar retos mundiales, si ofrece protección razonable contra la miseria y contra la violencia”.
Entonces no sería tan fácil que millones de mexicanos estuviéramos de acuerdo con alguien que dice: ¡al Diablo las instituciones!

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