El año en que llegamos a la luna
Alma Leticia León
La década de los sesenta concluyó. El 20 de julio de 1969 nos dijeron que astronautas norteamericanos llegaron a la luna. El hecho, contemplado con estupor por nuestros mayores, ahora es cuestionado, dicen que la foto emblemática se hizo en un estudio cinematográfico, pero dos acontecimientos en el mundo de la literatura son irrefutables.
El Premio Nobel de ese año fue para el maestro dramaturgo irlandés Samuel Beckett, cuestionador permanentemente de la capacidad de la literatura para liberar al hombre de su soledad, crea un teatro y una narrativa en apariencia inconexa, marcada por el absurdo, que reflejó la condición humana. Con un tono existencialista, explora la soledad y el desamparo del ser humano, creando el “teatro del absurdo” o “antiteatro”, que es estático. La acción se da sin trucos escénicos, con mínima escenografía despojada de simbolismos; los personajes son esquemáticos y los diálogos apenas sin esbozados. Samuel Beckett es la apoteosis de la soledad y la insignificancia humana; en su mundo no hay el menor atisbo de esperanza.
Para la crítica su obra maestra es Esperando a Godot (1953), pieza que se desarrolla en una carretera rural, junto a un árbol. Dos vagabundos esperan, un día tras otro, a un tal Godot, con quien al parecer tienen acordada una cita, sin que se sepa el motivo.
El otro acontecimiento se dio el mismo mes de julio de 1969. La narrativa latinoamericana, gracias a la novela Conversación en la catedral, consagró a un joven narrador: Mario Vargas Llosa, que sorprende con un estilo narrativo de aparente anarquía estructural. Entremezcla pláticas y acciones del pasado con otras del presente; palabras de uno con palabras de otro se confunden
"Zavalita" y "el zambo Ambrosio" conversan en el bar La Catedral. Es Perú en plena dictadura del general Manuel A. Odría. Ante cervezas envueltas en humo de cigarrillos, surgen las historias aparentemente sin conexión entre ellas. Voces narrativas se alternan para contar el pasado y presente de su país; la desesperanza de los personajes quedó grabada con la frase de Zavalita: ¿En qué momento se había jodido el Perú?
La novela, que conocemos en un volumen de más de 600 páginas, no era así en la edición de 1969. Seix Barral presentó dos libros: uno contenía los dos primeros capítulos y el otro los dos restantes. Cuentan que Vargas Llosa, lector ávido de la novela caballeresca, quería que su libro fuera como los de aquel género, una historia en varios libros. Por ello la novela está dividida en cuatro “libros”, y no capítulos. Quería publicarla en cuatro libros, literalmente hablando, pero cuestiones editoriales lo impidieron.
Samuel Beckett y Conversación en la catedra, son algunas de las lecturas de esos días
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