Por Lydia Cacho
El jueves pasado por la tarde, dos estudiantes discutían cerca del auditorio universitario. La joven pelirroja de 19 años se notaba ofuscada mientras el joven Rafael de 22 años la comenzó a jalonear del brazo. Según testigos, Kathe comenzó a gritarle que la dejara en paz, cada vez elevaba más la voz y se escuchaba más aguda y temerosa. Una estudiante de la Ibero Puebla, donde sucedió el atentado de homicidio, me escribe que otros compañeros que estaban cerca de ellos les miraban con desaprobación, pero absolutamente nadie hizo nada por ayudarla. “Nosotros estábamos a unos metros y yo me sentí angustiada porque ella le gritaba que la dejara en paz, su voz era de miedo, dijimos vamos a ayudarla y un amigo dijo que no, que los dejáramos solos que eran novios y no era nuestro problema”. La estudiante de 21 años que fue testiga de los hechos y que me buscó a través de Twitter, se siente deprimida y angustiada, se pregunta por qué nadie, incluida ella, tomó en serio los gritos pues estaba claro que la víctima, ahora hospitalizada, no quería la cercanía del joven que portaba una navaja. Ella no es la única que no entiende la gravedad de los hechos; como tampoco parecen entenderlo las autoridades universitarias que en un comunicado señalaron el ataque mortal como “un asunto de carácter privado”. La violencia en el noviazgo no es un asunto privado, sino un problema de salud pública y educación, que en muchas ocasiones como esta, termina en causas penales. La joven se encuentra en este momento hospitalizada, grave pero estable, han dicho sus familiares. Las heridas causadas por dos puñaladas en el pecho y cuello estuvieron a punto costarle la vida. No es cosa menor que tres de cada diez adolescentes denuncian que sufren violencia durante el noviazgo y el 90 por ciento de las mujeres que denuncian violencia grave en el matrimonio admiten que habían vivido agresiones, psicológicas y físicas desde antes de casarse, pero que siempre creyeron que su pareja cambiaría porque así se los prometió. La confusión entre violencia y amor es aún patológica en una buena parte de nuestra sociedad. El amor violento es una construcción cultural. ¿Por qué la joven testiga y sus amigos que estaban a metros de la escena del crimen no hicieron nada? Por la misma razón que incitó a cientos de tuiteros a burlarse de este grave incidente, con la insensibilidad de quien ha normalizado la violencia cotidiana, el sexismo y la discriminación. Cientos de tuits hicieron alusiones soeces descalificando a la Ibero Puebla como un lugar inseguro, donde los “chicos bien” también “se pelean a puñaladas”. Valdría la pena hacer varias acotaciones. La primera es que este no era un pleito de pareja, el joven de 22 años tenía días acosando a la joven para que siguiera con él; ella se había negado en varias ocasiones. Él le enviaba mensajes al salón, por sms y a través de sus amigas. El estaba convencido de tener el derecho de imponer sus impulsos emocionales a los sentimientos de la chica; tanto así que planeó llevar una navaja a la escuela para apuñalarla a ella y luego supuestamente suicidarse con un “si no eres mía no será de nadie”. Ella dijo en varias ocasiones que no lo quería ver más, pero en un mundo en que la cultura del amor romántico reitera hasta el hartazgo que los celos son demostraciones de afecto, que el amor se gana con insistencia y no es necesariamente producto de la libre voluntad de dos personas, la voz de las mujeres que se niegan a aceptar relaciones afectivas y sexuales no deseadas no tiene valía. Desde 1980, en México se llevan a cabo encuestas serias para medir los niveles de violencia en el noviazgo, a pesar de ellos pocas universidades tienen programas que la visibilicen y la acoten para que el estudiantado comprenda y asimile que resulta inaceptable. En nuestro país, el 76 por ciento de las y los mexicanos de entre 15 y 24 años con relaciones de pareja, han sufrido agresiones psicológicas, 15 por ciento han sido víctima de violencia física y 16 por ciento, en su mayoría mujeres, han sido víctimas de al menos un ataque sexual. La encuesta realizada por el Instituto Mexicano de la Juventud ha impulsado a diversas organizaciones y escuelas a adoptar programas contra este flagelo que es el prolegómeno de la violencia en el matrimonio o en la pareja adulta. Resulta vital definir lo que hay que abatir. La violencia se refiere a toda acción u omisión que daña tanto física, emocional y/o sexualmente; tiene como fin dominar y mantener el control sobre la otra persona. Para ello se pueden utilizar distintas estrategias que comienzan con el ataque a su autoestima, los insultos, el chantaje o la manipulación sutil. Todo inicia con comentarios que sobajan a la otra persona, el control de su vestimenta y apariencia, la insistencia de vigilancia obsesiva de lo que hace a través de mensajes telefónicos; no aceptar que un no quiero, que en realidad significa no quiero. Luego viene el alejamiento de ciertas amistades que a la pareja le disgustan, los gritos, las escenas de celos, hasta que un jaloneo o una bofetada al estilo de las telenovelas se normaliza. Después esos controles medios ya no tienen efecto, llega entonces la etapa de luna de miel, en que el agresor pide perdón y jura no volver a actuar así, la víctima baja la guardia y entonces vienen más agresiones que pueden terminar en la hospitalización e incluso la muerte. La esencia de la violencia en el noviazgo, o en la pretensión del noviazgo, se basa en ignorar la voluntad y el bienestar de la otra persona para imponer la propia, sin derecho a negociar, a escuchar, a respetar. Aun cuando la mayoría de actos violentos de pareja son perpetrados por el hombre hacia la mujer, una vez que la violencia es parte de la dinámica relacional no tiene límites; lo mismo sucede entre parejas heterosexuales donde la chica es quien violenta que en parejas gays y lesbianas. Desde la secundaria hasta la vida adulta. Las preparatorias y universidades podrían acotar este problema con programas para desarticular el discurso del amor romántico tradicional y construir un discurso del amor en igualdad, educar en la negociación de conflictos y unificar la educación sexual con aprendizajes sobre el erotismo y la intimidad. La Ibero Puebla bien podría tomar esta desgracia como elemento pedagógico para demostrar que la violencia no es un asunto privado, para hablar abiertamente sobre de los indicadores de la violencia en el noviazgo que se da en todas las clases socioeconómicas en todos los países del mundo y descubrir, de la mano de las y los estudiantes, cómo erradicarla. Una chica de la Ibero Puebla tuiteó “ya no me siento segura en mi escuela”. En realidad sí es una escuela segura, pero lo que no es seguro es que algo similar no vuelva a suceder si no se ventilan los orígenes de la violencia en el noviazgo y se inicia una campaña educativa y de prevención integral. Por Katherine, no más violencia.
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