La trinchera de Calíope
Por Yolanda de la Torre*
A pesar de la aparente suavidad de su voz y su mirada, Angélica Santa Olaya emplea un lenguaje directo, contundente, sin pelos en la lengua: “Hay quien no te publica simplemente porque eres mujer”, sostiene.
“Todavía en muchos existe la consideración de que los textos de una mujer tienen menor calidad que los de un hombre sólo por el hecho de ser mujer”. Así, concreta, batalladora, se escucha su opinión en La trinchera de Calíope.
Angélica es una escritora que conoce su oficio: fue primer lugar en dos concursos de cuento breve e infantil en México y segundo lugar en el Quinto Certamen Internacional de Poesía “Victoria Siempre 2008”, de Entre Ríos, Argentina.
Además ha sido publicada en más de una docena de antologías latino e iberoamericanas de cuento, poesía y teatro, así como en diversos diarios y revistas nacionales e internacionales. Sabe lo suyo, pues. Y sabe, por lo tanto, que el medio literario es tan discriminador de las mujeres como cualquiera:
“Me ha tocado vivirlo: el colega que te mira con desprecio y condescendencia. Existe también quien no te publica porque eres mujer y porque no quisiste dar a cambio tu cuerpo o algún faje”, comenta la autora de los libros “Habitar el tiempo”, “Miro la tarde”, “Dedos de agua” y “El lado oscuro del espejo”, y añade una anécdota:
“Un profesor me dijo, por defender a una compañera a la que estaba dando de baja luego de un aborto no deseado por no ir a tres clases consecutivas: ‘No sé para qué se meten de escritoras si se van a embarazar’. Y, por supuesto, me cobró la defensa en la calificación final”.
Pero Santa Olaya sabe de cierto que hay otros terrenos, además del literario, donde nosotras y nuestras demandas somos vistas con sorna y desde arriba; esos territorios de la vida cotidiana donde la violencia contra las mujeres adopta formas y etiqueta toleradas, y aun promovidas, por las esferas gubernamentales:
“Hay estados donde el simple hecho de ser mujer te descalifica para obtener un empleo. Te niegan el derecho al trabajo porque estás embarazada o porque puedes embarazarte algún día, o acotan requisitos como la edad cronológica o las características físicas (color de ojos, medidas, peso) para poder laborar, incluso, como recepcionista.
“Las condiciones actuales de desempleo y de recrudecimiento de la explotación laboral que está sufriendo nuestro país, avaladas por el gobierno, apuntan, también, a la agudización de la discriminación hacia las mujeres”.
Aun así, con tanto en contra, Angélica es poseedora de un optimismo contundente. Cuando se le pregunta si el arte y la cultura son trincheras que pueden contribuir a cambiar la situación social de las mujeres, la autora de “Árbol de la esperanza” y “Del aprendizaje del aire” (con Tanussi Cardoso), quien es también maestra en historia y etnohistoria, no titubea:
“Sí, creo que sí. Es difícil y lento el proceso, pero sí. Hay que seguir haciendo lo propio. Lo conseguido hasta el momento en materia de derechos femeninos se ha logrado a lo largo de muchos años. Apenas poco más de un siglo para conjurar un maleficio de muchos siglos es muy poco. Habrá que tener paciencia”. Y agrega sonriente, confiada en que el arte es una palanca para mover el mundo:
“El arte y la cultura son buenas trincheras porque permiten libertad. El arte sin libertad no es arte, así de simple. La difusión es otra cosa, pero insisto: habrá que seguir convenciendo a otros y otras de que todavía hay muchas roturas por remendar. Si alguien, a lo largo de este proceso, no hubiera creído que era posible cambiar las condiciones sociales de las mujeres, no tendríamos lo que hoy tenemos. Hay que crear, manifestarse y difundir creyendo en el cambio”.
*Periodista y narradora mexicana.
“Todavía en muchos existe la consideración de que los textos de una mujer tienen menor calidad que los de un hombre sólo por el hecho de ser mujer”. Así, concreta, batalladora, se escucha su opinión en La trinchera de Calíope.
Angélica es una escritora que conoce su oficio: fue primer lugar en dos concursos de cuento breve e infantil en México y segundo lugar en el Quinto Certamen Internacional de Poesía “Victoria Siempre 2008”, de Entre Ríos, Argentina.
Además ha sido publicada en más de una docena de antologías latino e iberoamericanas de cuento, poesía y teatro, así como en diversos diarios y revistas nacionales e internacionales. Sabe lo suyo, pues. Y sabe, por lo tanto, que el medio literario es tan discriminador de las mujeres como cualquiera:
“Me ha tocado vivirlo: el colega que te mira con desprecio y condescendencia. Existe también quien no te publica porque eres mujer y porque no quisiste dar a cambio tu cuerpo o algún faje”, comenta la autora de los libros “Habitar el tiempo”, “Miro la tarde”, “Dedos de agua” y “El lado oscuro del espejo”, y añade una anécdota:
“Un profesor me dijo, por defender a una compañera a la que estaba dando de baja luego de un aborto no deseado por no ir a tres clases consecutivas: ‘No sé para qué se meten de escritoras si se van a embarazar’. Y, por supuesto, me cobró la defensa en la calificación final”.
Pero Santa Olaya sabe de cierto que hay otros terrenos, además del literario, donde nosotras y nuestras demandas somos vistas con sorna y desde arriba; esos territorios de la vida cotidiana donde la violencia contra las mujeres adopta formas y etiqueta toleradas, y aun promovidas, por las esferas gubernamentales:
“Hay estados donde el simple hecho de ser mujer te descalifica para obtener un empleo. Te niegan el derecho al trabajo porque estás embarazada o porque puedes embarazarte algún día, o acotan requisitos como la edad cronológica o las características físicas (color de ojos, medidas, peso) para poder laborar, incluso, como recepcionista.
“Las condiciones actuales de desempleo y de recrudecimiento de la explotación laboral que está sufriendo nuestro país, avaladas por el gobierno, apuntan, también, a la agudización de la discriminación hacia las mujeres”.
Aun así, con tanto en contra, Angélica es poseedora de un optimismo contundente. Cuando se le pregunta si el arte y la cultura son trincheras que pueden contribuir a cambiar la situación social de las mujeres, la autora de “Árbol de la esperanza” y “Del aprendizaje del aire” (con Tanussi Cardoso), quien es también maestra en historia y etnohistoria, no titubea:
“Sí, creo que sí. Es difícil y lento el proceso, pero sí. Hay que seguir haciendo lo propio. Lo conseguido hasta el momento en materia de derechos femeninos se ha logrado a lo largo de muchos años. Apenas poco más de un siglo para conjurar un maleficio de muchos siglos es muy poco. Habrá que tener paciencia”. Y agrega sonriente, confiada en que el arte es una palanca para mover el mundo:
“El arte y la cultura son buenas trincheras porque permiten libertad. El arte sin libertad no es arte, así de simple. La difusión es otra cosa, pero insisto: habrá que seguir convenciendo a otros y otras de que todavía hay muchas roturas por remendar. Si alguien, a lo largo de este proceso, no hubiera creído que era posible cambiar las condiciones sociales de las mujeres, no tendríamos lo que hoy tenemos. Hay que crear, manifestarse y difundir creyendo en el cambio”.
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